Hoy en día no es fácil comprender el sentido profundo del Aikido. ¿Qué significa la armonía con la energía universal, con la naturaleza? ¿Cuál es el significado de conocerse a si mismo? ¿Es posible realizar el ideal de un mundo en paz, de una sociedad que viva en armonía, de que el ser humano pueda evolucionar de acuerdo a su naturaleza divina?
La forma de vida moderna atenta contra el desarrollo del
espíritu humano. El exceso de estímulos artificiales, de materialismo, de
ocupaciones y preocupaciones, la necesidad de éxito a toda costa y la falta de
sensibilidad social y de solidaridad, lejos de ofrecer armonía, salud y
felicidad, generan en muchos frustración, aislamiento y miedo, constituyendo un
verdadero problema.
¿Cómo salir de este atolladero en el que uno mismo se ha
metido?
El Aikido es una forma inteligente y eficaz de emprender
este camino.
No hay que verlo solo como un arte marcial en el sentido de
la autodefensa. No se trata de vencer a los demás ni de imponerse. No es un
juego ni una demostración de fuerza.
Los movimientos del Aikido deben entenderse desde sus mismas
raíces nacidas de la armonía con la naturaleza. Estos movimientos nos enseñan
las leyes del universo. Su objetivo es desarrollar una comprensión y una apreciación más
profundas de la perfección del equilibrio natural, así como reestablecer la
armonía en las relaciones entre los seres humanos y Dios.
Este camino de autoconocimiento y desarrollo personal puede
producir en cada persona un vívido recuerdo de sus orígenes y ayudar a rescatar
de su subconsciente el recuerdo de los comienzos de la vida y de su verdadera
naturaleza. Recuperar esta memoria ancestral genera naturalmente compasión y
sabiduría y expande el sentimiento de agradecimiento al Creador y a la
naturaleza.
Esta actividad del espíritu, no es ninguna “religión” ni un
dogma, simplemente es un movimiento expansivo natural en un cuerpo y mente
unificados.
Con mucha facilidad olvidamos nuestras raíces. En nuestro
egoísmo olvidamos el delicado equilibrio de la interdependencia de nuestra vida
con la de los demás. Si todos tratáramos los recursos naturales con respeto,
amor y comprensión, si los utilizásemos con una auténtica actitud de
agradecimiento a Dios, la naturaleza estaría protegida y la calidad de vida se
enriquecería. Al proteger la naturaleza protegemos a la sociedad. Al proteger a
la sociedad nos protegemos a nosotros mismos. La autodefensa supone la
protección y el mantenimiento de la vida. Si se destruyera la naturaleza, se destruirían
los requisitos más esenciales de la supervivencia.
Para sobrevivir tenemos que alimentar a nuestro cuerpo. Si
no hay alimentos, si el agua y el aire están contaminados, si los alimentos
naturales están manipulados, no hay vida ni sociedad posibles.
Ésta es la esencia del Budo, el camino del guerrero. No se
trata del limitado arte de una técnica de lucha, sino del arte de salvar la
vida. Y el Aikido es fundamentalmente Budo.
Un guerrero, en el arte del Budo, es ante todo un ser
espiritual, que trata por todos los medios de resolver armoniosamente el
conflicto. El único enemigo son sus propios miedos y debilidades y para eso se
entrena con devoción, haciendo de su mente su espada, de su espíritu su escudo
y de su cuerpo un templo.
“El
propósito del entrenamiento es tensar lo flojo, fortalecer el cuerpo y pulir el
espíritu”
O´Sensei
Ueshiba
¿De qué sirve una técnica de lucha si cerca nuestro hay miles de personas que sufren privaciones y mueren de hambre? ¿Qué significa el éxito en medio de la infelicidad, o la victoria a costa del sufrimiento de los demás?
¿De qué sirve el éxito si no hay alimentos, si no hay felicidad,
si la vida carece de sentido?
Muchos de los grandes maestros de Budo comprendieron esta
verdad. Así pues muchos de ellos abandonaron el sable y regresaron a trabajar
la tierra y otros dedicaron su vida a enseñar a los demás y a difundir el arte
de la paz.
Vivimos en una sociedad de despilfarro, mediocre, superficial
y sin valores humanos, con comidas instantáneas y tecnología descartable;
cualquier exceso de materialismo, de pereza y de egoísmo constituye un crimen
contra la naturaleza. Al aceptar incondicionalmente esto, en cierta forma todos
somos criminales, ya que no solo matamos al espíritu, nos estamos asesinando a
nosotros mismos.
La paz y la armonía no suponen un juego de lógica, ni un
dogma, ni reglas autoritarias de comportamiento que generen separaciones y más
conflictos. Sólo a través de la paz
y la armonía, así como de un profundo respeto por la leyes
de la naturaleza, podremos salvar nuestras vidas, las vidas de nuestros hijos y
la de los hijos de nuestros hijos.
Ésta es la enseñanza de los grandes maestros y es la esencia
del Aikido, y es lo que día tras día en nuestro entrenamiento cotidiano
tratamos de comprender y de desarrollar.