domingo, 9 de abril de 2017

La sabiduría del Aikido

El objetivo de la práctica del Aikido no se limita al entrenamiento sobre el tatami sino que debe extenderse por todos los aspectos de la vida.
Limitado únicamente al aprendizaje de una técnica, no reviste especial valor.
Debemos asumir la práctica cotidiana de un samurai.
Veinticuatro horas dedicadas a la educación de la conciencia, la sensibilidad, la intuición y la acción. Y lo más importante, el desarrollo de los valores humanos y la moral.

Samurai significa servidor. Servimos al Espíritu, a Dios. Hay que transformarse en un vehículo de la conciencia superior, y para que eso ocurra debemos aprender a armonizarnos con el flujo de energía universal, sintonizarnos con los espíritus de la naturaleza y unificar la mente y el cuerpo.


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El proceso de aprendizaje puede ser arduo y difícil y a veces parecer lento e inacabable. Esto es debido a nuestra mala educación, nuestras debilidades y los errores de juicio que cometemos a menudo.
Pero el mayor error que puede cometerse es pretender no cometer jamás un error. Sólo quienes no intentan aprender sinceramente, mejorar, ponerse en cuestión, nunca cometen errores. Un error hace posible la creatividad. Sin error no hay posibilidad de cambio.
Lo importante es no cometer el mismo error dos veces.
La memoria es fundamental. El estudio es la clave.

Pero estudiar no quiere decir leer y leer no significa comprender.
El conocimiento a través de la lectura o los videos, puede ser de ayuda, pero no pierdas nunca el verdadero objetivo de tu entrenamiento.

Preguntate qué es el do del Aiki y del Budo.


Este do es la vía del que rehúsa tener enemigos. Es el do victorioso que no vierte ni una sola gota de sangre, que no hiere ni humilla, que pone fin a los conflictos antes de que surjan. Es el do de la confianza y el firme propósito que no acepta la mediocridad ni el autoengaño.

El Aikido no es la Vía de la debilidad y la huida ya que el Budo pertenece a quienes están armados de fuerza y determinación. La Vía debe conducir a un mundo de armonía y respeto mutuo.



No es leyendo libros como desarrollarás tu poder personal y encontrarás la sabiduría.
La sabiduría sólo puede sobrevenir de la experiencia. Tu cuerpo y tu mente deben impregnarse del universo y la naturaleza que te rodean. Tu alma debe reflejar esta sensación, te apartarás así de toda visión corrompida y deformada.
Tu poder personal aparece al volverte una imagen viva del universo.

La práctica del Aikido no debe limitarse al entrenamiento en el dojo.

O Senseí enseñaba: “Conocer un movimiento de Aikido es sólo el primer paso. Sin acción, este conocimiento carece de sentido. Sin pureza de alma no puede accederse a la verdadera Vía del sable. Esto es Masagatsu Agatsu Katsu hayabi.
Agatsu significa la victoria sobre uno mismo a través de la pureza del alma. Masagatsu es la victoria justa, la buena Vía. Katsu hayabi es el despertar espiritual fuera del tiempo y el espacio, aquí y ahora, en este preciso momento. La asociación de estas expresiones constituye la base del sbugyo. Sin esta sabiduría no hay posibilidades de desarrollo.
El día que dejes de temer o sentirte débil será el fin de tu destino. Tu entrenamiento se detendrá abruptamente. ¿Cómo puede encontrarse la verdad en el mundo de la competición si siempre hay un vencedor y un vencido? Imagínate en un campo de  batalla, rodeado de fusiles enemigos, y comprenderás lo que quiero decir. Si te refugias en el viejo concepto marcial de la victoria, jamás alcanzarás la paz”.

Inevitablemente, la competición produce una víctima. Éste es un mundo sin piedad, competitivo,  que se alimenta de la miseria y el sufrimiento del prójimo, un mundo de inseguridad permanente que ignora la sensación de libertad y felicidad, repleto de víctimas y de abusadores.
Desde pequeños somos confrontados a esa presión del medio, a una necesidad de éxito y a la cultura de la individualidad y la estupidez.

Nuestra sociedad tiende a colocar la fortuna y la fuerza física por encima de los valores humanos. Esto no solo es un problema de educación, el miedo y la codicia están enquistados en un gran número de individuos.
Allí donde domina la confusión y la falta de comunicación, los valores humanos se degradan. Lo más importante es conocerse a si mismo.
Sin una consciencia de uno mismo, cualquier conocimiento puramente teórico sólo llevará confusión a tu espíritu.

Si sigues la sabiduría del Espíritu alcanzarás la verdad. Pule el espejo de tu espíritu por medio del misogi (la purificación).
La verdad está eternamente presente, sin embargo, no te ates a nada. Aun cuando pienses que has incluso  alcanzado la iluminación, no lo creas ciegamente. No será más que un espejismo, una ilusión creada por tus propios límites. Si buscas siempre tu despertar personal, pasarás la vida intentando atrapar su sombra.

Renuncia a esta atadura, la codicia se desvanecerá y se hará el vacío para acoger al espíritu de verdad. Para y deja que tu vida se funda con el espacio y se convierta en una parte de la realidad divina.

Entrenate y busca tu perfección. El verdadero Budo yace dentro tuyo, desccubrilo. Tenelo presente durante el entrenamiento.

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El Aikido no es una gimnasia ni un deporte. Es una disciplina, un proceso educativo para el entrenamiento de la mente, el cuerpo y el alma. No tiene por objeto el mero estudio de una técnica, ésta es sólo una herramienta para el refinamiento personal y el crecimiento espiritual.

El Aikido no es una pelea callejera. Vienen al dojo para trascender y purificar vuestras reacciones agresivas, para adoptar el espíritu de un samurai a través del descubrimiento de la propia responsabilidad social.

No debe haber espíritu de competición sobre el tatami. El objetivo del Aikido no es pelear y derrotar al enemigo sino pelear y derrotar a los propios miedos e instintos agresivos.
La fuerza del Aikido no reside en la potencia muscular sino en la flexibilidad, la comunicación, el control de uno mismo y la modestia.

No existe una forma correcta o incorrecta en el Aikido. En tanto un movimiento obedezca a las leyes físicas del universo, es correcto.

Obedeciendo estas leyes naturales, la actitud ha de ser correcta. Quien obedece estas leyes, sigue la Vía (la voluntad) de Dios. El Aikido no supone el aprendizaje de una técnica sino el aprendizaje de la sabiduría.
Los kata individuales no existen en el Aikido porque éste se basa en la armonía de las relaciones y en la resolución del conflicto, y desde este punto de vista cada situación es única y diferente.

El tatami no es un lugar en el que la gente viene a competir o imponer sus ideas a otros sino a aprender a escucharse y comunicarse. En el tatami no podemos disimular nuestra verdadera personalidad. Nuestras flaquezas y talentos siempre acaban manifestándose. Transpiramos juntos, soportamos juntos el estrés, nos ayudamos mutuamente y aprendemos a confiar en el otro. Cada uno estudia los mismos principios universales y la sustancia espiritual, que es la misma en cada uno, se vuelve clara cuando cae la máscara del miedo y el egoísmo.
Si estuviéramos solos en el Universo, sin nadie con quien hablar, con quien compartir un momento agradable, con quien reír, sin nadie a quien tocar, a quien amar, ¿cuál sería la razón de vivir? El amor da sentido a la vida.
Debemos descubrir la alegría de estar juntos, la alegría de los desafíos, la alegría del crecimiento.

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En el Aikido no se gana. Al querer ganar, pierden y hacen perder a vuestro compañero. Si creen que la vida es pura competición, jamás ganarán ya que no están libres de la muerte.
Pero, si perciben la vida como un proceso de creación universal, llegarán a ser eternos, porque formarán parte del proceso. Si consideran que el desarrollo del cuerpo y la mente es el comienzo del crecimiento espiritual, vuestra fuerza será eterna.
El espíritu de desafío no supone un espíritu competitivo. El mayor desafío consiste en desafiarse a si mismo.
No hay que pasarse la vida buscando seguridad. Si tienen el cuerpo cubierto por un caparazón, serán incapaces de moverse, de luchar, de protegerse y proteger a los demás.

El Bushido implica desafío y sacrificio.
Es el poder y la fuerza de un espíritu independiente e indomable.
Un espíritu dependiente es débil pues no es capaz de sacrificar su ego y su codicia. Para ser verdaderamente independiente y saborear el reto de la libertad, el espíritu debe estar vacío.

Finalmente, uno mismo es el único responsable de su crecimiento.
Es uno el que crea su propia realidad.


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