El universo vibra y lo hace con ritmo y armonía
El hecho más evidente de la naturaleza es que repite sus movimientos en reversa generando ciclos pulsantes de ida y vuelta. Es un movimiento pendular, que va y viene, cambiando alternativamente su polaridad.
Es muy extraño que la ciencia, con todos sus supuestos avances y parafernalia tecnológica nunca haya observado esta que es la más evidente de todas las características de la naturaleza.
La ciencia describe un universo de una sola dirección, tal es la teoría del Big Bang: que intenta explicarnos mediante cálculos complicados y matemáticas ilusorias, un universo solo en expansión. Pero tal cosa no existe en la naturaleza. Le falta la otra mitad del ciclo para que la descripción se acerque a lo real. Si algo se expande debe forzosamente tener su contraparte que lo equilibre, o sea, la contracción.
Cada ciclo de la naturaleza es un intercambio rítmico equilibrado de ida y vuelta entre pares de condiciones opuestas. Ese intercambio balanceado entre los polos positivo y negativo de este universo de ondas eléctricas constituyen su latido y su respiración, que también son cíclicos, de lo contrario no continuaría. Y para que sea cíclico debe alternar su polaridad rítmicamente.
El ritmo es movimiento sincronizado
El proceso en el que muchas vibraciones no sincronizadas entran en un movimiento sincronizado, es así: primero una se sincroniza con otra, y luego a un ritmo cada vez más rápido, los demás entran en acción simultánea con la primera unidad.
La naturaleza está siempre trabajando en la construcción y la destrucción, la creación y la aniquilación, manteniendo todas sus creaciones en movimiento, girando y fluyendo, en un intercambio rítmico y balanceado, vibrando de una hermosa forma en otra, manteniendo el orden y la armonía que crean la música eterna del universo.
El principio subyacente de la Creación es el intercambio rítmico y equilibrado entre todas las interacciones en la Naturaleza. Es el único principio sobre el cual la continuidad del universo depende. Así mismo, es el principio sobre el cual dependen la continuidad de las acciones del ser humano, su salud, su felicidad y su creatividad.
Es la manifestación de dos deseos opuestos en la mente Creadora que se aplica por lo tanto a todos los procesos de creación.
Este principio de intercambio equilibrado rítmico entre la energía masculina y la femenina, entre el Yang y el Yin, es fundamental en todas las cosas que se crean.
La ley de la armonía es el intercambio equilibrado rítmico entre todas las cosas. Tras la ley de intercambio armónico, todo este universo de reciprocidad está motivado con tanta precisión en su equilibrio que los astrónomos, por ejemplo, pueden calcular las posiciones y trayectorias de los planetas y estrellas con exactitud.
Todo se mueve porque todo vibra. Esta vibración es luz en movimiento. La luz que se mueve es luz dividida en busca de equilibrio. La luz, al igual que toda creación, tiene dos polos opuestos y complementarios, que se juntan y se separan con ritmo y armonía, alternando equilibrio y desequilibrio, solo así es posible el movimiento y la creación.
Estos dos polos, positivo y negativo, podemos llamarlos: la luz padre (roja) que genera la gravitación (sintropía) y la luz madre (azul) que engendra la radiación (entropía).
La gravitación tiende al orden mientras que la radiación genera desorden
Estas dos fuerzas son las encargadas de mantener el intercambio rítmico y armónico entre todas las cosas. Su alternancia crea el latido y la respiración del universo.
Este intercambio siempre mantiene el equilibrio. Los pares de opuestos se separan e intercambian sus polaridades en un movimiento pendular rítmico.
El universo es un compensador de doble sentido (ida y vuelta), expresando un continuo y eterno equilibrio absoluto en cada efecto de movimiento.
La generación es igual o equivalente a la radiación, la compresión es igual a la expansión, la mitad roja del espectro es igual a la mitad azul, la materia sólida equilibra el potencial de su espacio circundante en todos los campos de la onda, y cada polo de cada par no solamente se equilibra con su opuesto, sino que nace de su opuesto a través del intercambio secuencial y rítmico.
Y esto es posible porque lo que llamamos “opuestos” comparten la misma naturaleza solo que difieren en sus cargas o tendencias.
Todo lo que percibimos con nuestros sentidos es movimiento, desigualdad, desequilibrio. Es el efecto repetido de manera secuencial.
No podemos percibir la esencia ni el alma de las cosas, porque lo esencial es equilibrio, es no movimiento, es silencio, está más allá del pensamiento y de la forma.
Lo esencial no se capta con los ojos
Los sonidos de la naturaleza se registran con todo el cuerpo
Por esta razón nos equivocamos y malinterpretamos lo que captamos con nuestros sentidos. Tomamos como real el efecto que percibimos, sin considerar que es un reflejo, una reverberación, una manifestación pasajera y relativa.
Lo que percibimos con los sentidos es el movimiento de la luz, que se divide para tal fin en dos polos opuestos pero relacionados.
Aunque la luz en realidad no mueve, es unidad. Fundamentalmente es equilibrio. Ocupa todo el espacio. En realidad no hay nada vacío, el espacio está lleno de energía y conciencia.
Nuestro universo humano es una proyección generada por nuestros sentidos limitados.
La luz que podemos ver y con la que creamos nuestro mundo físico relativo, está condicionada por la estrecha percepción de nuestros sentidos.
La música que podemos oír y conceptuar está confinada dentro de los límites de nuestros sentidos físicos.
Por eso, para comprender la verdadera naturaleza de todas las cosas y poder oír y entender su música, hay que trascender los límites impuestos por los sentidos.
Para seguir el ritmo y la armonía de la música cósmica debes sintonizarte con tus planos superiores y con la alta frecuencia del amor incondicional
La música de las esferas
Pitágoras afirmaba que el modelo para la creación del universo estaba basado en el uso de las proporciones musicales. Según su creencia y la de muchos sabios de la antigüedad, los cuerpos celestes producían sonidos que al combinarse formaban la llamada música de las esferas.
Para Pitágoras y otros maestros, como Platón, la música era la ciencia de la armonía. La armonía podía ser entendida como el orden de los sonidos y también como el orden divino del cosmos; entre estas dos armonías había una relación.
Pitágoras consideraba que la esencia última de la realidad se expresaba a través de números. Los números eran el medio para percibir lo que de otra forma podría permanecer inalcanzable tanto para el intelecto como para los sentidos. A Pitágoras se le ha atribuido el descubrimiento de las proporciones de los principales intervalos de la escala musical.
Las distancias entre los planetas o esferas, tenían las mismas proporciones que existían entre los sonidos de la escala musical que eran considerados entonces como "armónicos" o consonantes. Cada esfera producía el sonido que un proyectil hace al cortar el aire. Las esferas más cercanas daban tonos graves, mientras que las más alejadas daban tonos agudos. Todos estos sonidos se combinaban en una hermosa armonía: la música de las esferas.
Para su concepción del universo y escribir sus leyes, Kepler se basó en los escritos de Platón y en el sistema de Copérnico que planteaba que el Sol era el centro en torno al cual giraban los planetas. Kepler postulaba que el modelo del universo estaba basado en la geometría y que entre las órbitas de los seis planetas conocidos (Saturno, Júpiter, Marte, Tierra, Venus y Mercurio) estaban inscritos los cinco sólidos perfectos mencionados por Platón (tetraedro, octaedro, cubo, dodecaedro e icosaedro).
Kepler estudió cuidadosamente las órbitas de los planetas para establecer una relación entre el movimiento de estos cuerpos celestes con la teoría musical de la época. Finalmente postuló que las velocidades angulares de cada planeta producían sonidos armónicos y escribió seis melodías: cada una correspondía a un planeta diferente. Al combinarse, estas melodías podían producir cuatro acordes distintos, siendo uno de ellos el acorde producido en el momento de la creación y otro el que marcaría el momento del fin del ciclo.
Vemos que antaño, la ciencia y el arte no estaban separados. La música, la matemática, la alquimia y la metafísica eran parte de un mismo conocimiento.
El ser humano de la actualidad ha perdido esta forma armoniosa y natural de percibir al universo en el que vive.
La ciencia y la religión se encargaron de que así sucediera, encerrando poco a poco a las personas en prisiones de percepción, de categorías y prejuicios, creando una realidad material, carente de ritmo y armonía.
Esta es la paradoja del ser humano moderno, como hacer para plasmar y realizar en su vida lo que no es humano, o mejor dicho, los planos de existencia que están más allá de su percepción ordinaria y que no pueden ser “objetivados” ni demostrados por la ciencia, por más avanzada que pretenda ser.
¿Es posible trascender los límites de nuestra comprensión ordinaria y sintonizarnos con nuestros planos superiores?
¿Como hacer para armonizar nuestra vida humana con el ritmo y la armonía del universo?
¿Cómo puedo ser creativo y no un simple repetidor o una mala copia?
La manera de comenzar es siempre a partir del equilibrio y el silencio interior. Esto es, volver al punto cero.
A partir de tu centro puedas crear tu música, tu sabiduría y tu propia vida
La realidad física que percibimos, es decir nuestro mundo cotidiano de objetos, personas y eventos, está ligado a nuestra mente consciente, es una creación del cerebro izquierdo y de la secuencia de pensamientos que brotan de la incesante actividad electroquímica de su corteza (en particular frontal), de ahí que la realidad proyectada sea fundamentalmente material y se base en conceptos, palabras y una lógica separatista e individualista.
Pero esta pequeña parte de cerebro que toma la dirección y gestiona las respuestas, no es precisamente la que entiende de ritmo y de armonía. Su comprensión de las cosas es intelectual y arbitraria, es monofónica y tridimensional (en el mejor de los casos), pero le falta musicalidad, polifonía, profundidad, no sabe relacionarse con el espacio ni con el silencio y por lo tanto no percibe otras dimensiones.
Es la otra mitad (el hemisferio derecho) la que se encarga de percibir la totalidad y entiende de armonía, de ritmo y creatividad. Pero le cuesta hablar y escribir y no se interesa por los aspectos individuales ni por los detalles.
Para poder expresar lo que percibe, debe pasar la información al hemisferio izquierdo y aquí se produce un “cuello de botella”, se reduce la información, se ralentiza, se selecciona, se categoriza y se elabora una respuesta más o menos lógica, que debe encajar dentro de las estrechas paredes de nuestro cómodo y archiconocido mundo 3D.
Es como escuchar una sinfonía de Mozart o los sonidos del amanecer, no es necesario pensar, escuchas con la totalidad de tu ser, te impregna por completo, luego si quieres contar tu experiencia y detallar los sonidos, tal o cual instrumento o explicar tu sensación, se reduce de dimensión, se estrecha, se pierde la polifonía, la armonía y seguramente el ritmo.
La mayoría de las personas en la sociedad actual presenta una atrofia del cerebro derecho, esto es gracias a la educación moderna, a la cultura y los medios de comunicación, al exceso de dispositivos (celulares, ordenadores, TV) y la falta de comunión con la naturaleza.
Es por eso que nuestra sociedad carece de musicalidad y en un sentido más amplio, de arte. Es egoísta, materialista y repleta de leyes, de conceptos y de tecnología (que, paradójicamente, contribuye a separar aún más a las personas).
Si comparamos el cerebro promedio con un ordenador, podemos decir que además de tener fragmentada la información, muchos están llenos de virus informáticos y sus procesadores funcionan muy lentos y mal.
Si lo comparamos con una orquesta, aquí se pone peor, ya que sus cerebros no producen música sino ruido, disonancias, arritmias, carecen de dirección y el primer violín está siempre desafinado. Lo más grave es que muchos ni se dan cuenta y cuando lo hacen es porque el impacto en el cuerpo físico y en su salud es grave o duele.
Basta con observar como son educados los niños y jóvenes en las escuelas. Se los llena de conceptos y límites arbitrarios, de “conocimiento serio”, pero no se les inculca la música, ni el arte ni el amor a la naturaleza ni a los demás, obvio, gente así no sirve en este sistema materialista y antinatural, de trabajo y ambición. Una fábrica de muñecos sin corazón.
El ritmo y la armonía de la vida provienen del corazón
La verdadera música se escucha y se ejecuta con el corazón. No es una cuestión intelectual, sin corazón no hay ritmo ni armonía, falta el compás y la emoción, y si no hay emoción ni ritmo ni armonía, no tiene alma y por lo tanto no es música.
En la medida en que puedas extender la belleza y la armonía de tus ritmos y melodías de tu imaginación al instrumento que ejecutas o a cualquier obra que hagas, estas se volverán creaciones espirituales y verdaderas obras maestras de arte.
La medida de la calidad de tu interpretación material reside en tu capacidad espiritual para armonizarte y traducir las formas y ritmos del orden cósmico, y a su vez, estas servirán de inspiración a muchos otros.
Estas vibraciones armónicas contribuyen a la elevación espiritual y a la evolución del ser humano
La clave es el equilibrio. Se trata de aplicar el intercambio rítmico y balanceado entre todos nuestros aspectos. Armonizarse con los ritmos naturales. Encontrar la calma mental y desarrollar la percepción, la intuición y la musicalidad.
El silencio te enseña
La música te enseña
Los sonidos de la naturaleza te enseñan
La mirada interior te enseña
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