Cinco maneras en las que el Aikido nutre
y desarrolla la vida humana
Hay tantas demandas en
nuestra vida cotidiana en estos días, muchas actividades, obligaciones y
distracciones. ¿Por qué entonces debemos pasar nuestro tiempo aprendiendo
y entrenando Aikido? ¿Qué podemos
esperar ganar que valga la pena para comprometernos en nuestra formación?
Para algunas personas,
especialmente aquellas que son nuevas en el Aikido, la respuesta puede ser
simple: ganar habilidad en defensa propia, hacer ejercicio, desarrollar fuerza
y flexibilidad, socializar.
Cuando desarrolló el Aikido,
O'Sensei no estaba simplemente tratando de crear un nuevo sistema de técnicas
que representaran su evolución como artista marcial con su propia mezcla
personal de espada, ju-jitsu y prácticas ascéticas y esotéricas.
Más bien construyó un camino
para que cada uno de nosotros se hiciera fuerte pero compasivo, se motivara por
el beneficio mutuo de no ganar y ser una fuente de armonía en el mundo, en lugar
de discordia y separación. Aunque muchas personas quisieran llegar a este
estado de ser, la mayoría no tienen ni idea de por dónde empezar. El Aikido es
una puerta de entrada a esa transformación personal porque toca todos los
aspectos de quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás.
El Aikido
nutre a cada persona en cinco áreas:
1) entender el Ki, la energía
vital (ki-iku)
2) aumentar nuestro
conocimiento y sabiduría a través del estudio y la experiencia (chi-iku)
3) fortalecer y purificar
nuestros cuerpos (tai-iku)
4) aumentar nuestra
comprensión del comportamiento ético (toku-iku)
5) desarrollar nuestra sensibilidad social (jo-shiki)
La práctica del Aikido nos
ayuda en todas estas áreas si practicáramos sinceramente, con la intención aprender y de
ayudar a otros.
Además cultiva cualidades fundamentales para el ser humano como la auto-confianza, el coraje y la cortesía.
Si bien es obvio cómo el
Aikido contribuye a la comprensión de ki y al fortalecimiento de nuestros
cuerpos, puede no ser tan claro cómo ayuda con la sabiduría, la ética o las
habilidades sociales.
La razón por la que el Aikido
puede proporcionar acceso a estos atributos es que todas las técnicas de Aikido
se practican en relación con otra persona y las lecciones son experimentadas
holísticamente por el cuerpo y la mente.
Al practicar Aikido, por
ejemplo, uno experimenta la diferencia entre moverse armoniosamente con su compañero o verse obligado a moverse contra la propia voluntad. Y cuando cambia quién
comienza la técnica, se puede aprender a sentir la diferencia entre crear la
armonía con su compañero de práctica u obligarlo a que siga el propio plan o
intención.
La respuesta emocional a
estas situaciones es real e inmediata. En un caso, tu pareja estará relajada y
cooperativa y en el otro se verá instantáneamente frustrada y luchará contra ti
instintivamente.
En Aikido, uno puede explorar
este escenario una y otra vez y puede aprender a cultivar técnicas físicas y
estados mentales que hacen posible la armonía. Por otra parte, puedes tomar
esta comprensión contigo mismo y una vez que dejas el dojo, usarla en tu vida
diaria.
Sin embargo, es posible
practicar Aikido sin comprender estas lecciones más avanzadas. Puedes
destacarte, aprender técnicas, e incluso llegar a ser bastante experto en
lanzar a tu compañero y aún así perder el punto fundamental del Aikido. La
clave para ir más allá de una comprensión superficial radica en cómo abordar tu
formación y a tus compañeros.
La meta de cada práctica y
cada técnica es la de alcanzar estos objetivos más altos, este es el ideal y lo
que convierte al Aikido en un camino espiritual de transformación y
autosuperación.
Aprender a armonizar con la
energía universal es aprender a volverse unidad con el universo, observar la
naturaleza, aprender sus leyes, abrir el corazón y expandir la mente a una
realidad más creativa, solidaria y feliz.
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