Extraido del libro del Maestro Kodo Sawaki: "El Zen es la mayor patraña de todos los tiempos"
Descubrir el verdadero yo
Aprender significa buscar la Vía y esto significa, en definitiva, buscarse a sí mismo.
¿Hay pues alguna clase de Vía que sea independiente de tu vida? Seguir la Vía no significa otra cosa que ir al fondo de la cuestión de cuál es el propósito de tu vida.
Cuando la religión se convierte en una organización, se encamina hacia su fin.
La religión ha de ser tu propia vida.
¿Qué es lo que en realidad enseñó el Buda? Que cada uno de nosotros ha de conocerse a sí mismo, ha de comprenderse a sí mismo, ha de descubrir por sí mismo lo que aquí y ahora –en este instante – ha de hacer realmente. Cuando pronuncio estas palabras, no las digo para vosotros, sino para mí mismo.
Para mí no tiene la menor importancia que alguien me escuche o no. De lo que me ocupo es de bombear el agua que hay en mí. Cuando pronuncio un discurso, me dirijo a mí mismo con el fin de sacar a la luz mi verdadero yo. No espero nada de vosotros y tampoco tengo nada que ofreceros.
Honen dijo: “Cuando sigas la Vía del Buda, no lo hagas para impresionar a los demás.
No hagas de ello un negocio. Practica el budismo como un ladrón: ni siquiera tu esposa o tus hijos deben saber nada de ello”.
El zazen no se extiende entre la gente.
No trates de impresionar con el “simple sentarse”. Es mejor que hagas zazen con discreción, como si fuera algo totalmente prohibido. ¿Has alcanzado el despertar? ¿Has comprendido el Dharma del Buda? ¿Te has despojado de todo? En tal caso, cuídate de no hacer negocios con lo “despojado”.
Si no renuevas cada día tu práctica comenzarás a retroceder. Si no te pules de nuevo cada día, empezarás a oxidarte. Por eso es importante que no te pierdas a ti mismo de vista. Encuentra el camino de nuevo cada día, ya sea cuando comas, ya sea en cualquier otra de las faenas de la vida cotidiana.
Caducidad significa sólo este instante: en este irrepetible momento uno se la juega a todo o nada. Dispones sólo de este aliento. Después todo se ha acabado. Al espirar te tienes que ocupar únicamente de esta espiración; al inspirar, esta inspiración ha de ser la última de tu vida.
Habitualmente nos equivocamos, pues creemos que aún hay algo que añadir: creemos que con nuestros hijos hemos de hacer de “padres”, y de “abuelos” con nuestros nietos. Pero todo existe sólo para sí, en este instante: el sobrino como sobrino, el abuelo como abuelo, el hijo como hijo. Al igual que la espiración es sólo y por completo espiración y la inspiración es sólo esta precisa y única vez inspiración. ¡Fuera con vosotros! Sólo cuando algo existe por sí solo, desligado y transparente, entonces es también, a un tiempo, uno con el universo.
Nunca estamos satisfechos. Ni siquiera lo estamos con nosotros mismos y por eso hacemos todo lo posible para convertirnos en otro. Justo en ese punto es donde comienza el engaño. Tú no eres otro que ése que en este momento vive su vida insatisfecho consigo mismo. Nadie podría ocupar tu lugar por ti. Y todo lo que en este momento piensas, quieres y haces eres tú mismo, insustituible, tal como eres. Esto quiere decir que no existe ningún “verdadero yo” aparte de este “yo insatisfecho” aquí y ahora.
La historia del hijo pródigo narrada en el Sutra del Loto no es un cuento de otros tiempos. Trata acerca de ti. ¿No eres tú quien vaga por las calles pidiendo limosna, aún cuando toda la riqueza del mundo te pertenece?
¿Cuál es, en último término, el propósito de esta vida? Tomar las riendas de tu verdadero yo. Reconocer cuál es tu auténtica tarea.
Satori significa simplemente ser realmente tú mismo. Conocerte a ti mismo y sostenerte con los pies firmes sobre la tierra. Y realizar la Vía significa entonces avanzar seguro sin perderte a ti mismo de vista. ¿Es tu espíritu blanco o rojo, redondo o anguloso, o tan falto de contorno como una ameba? No lo sabes.
No hay ningún mérito en dejar este espíritu, del que en realidad no sabes nada, tan falto de contorno como es.
La religión consiste en tomar las riendas de tu espíritu, en hacerte dueño de él.
Naturaleza de Buda no quiere decir otra cosa que tú mismo.
Y aun así piensas mal de ti, estás insatisfecho y reniegas de ti mismo. Lo importante es que tomes las riendas de ti mismo y encuentres de este modo finalmente el sosiego. Como hija ser enteramente hija, como esposa enteramente esposa. Así es como realizarás tu naturaleza de Buda y hallarás la paz en tu vida.
Inmerso en el delirio colectivo dejas de saber qué es blanco y qué negro. Y si lo que haces, por malo que sea, lo haces dentro del grupo, no te parece ya tan malo. Te pierdes de vista a ti mismo. ¡Fuera con vosotros! ¡Yo soy yo! Deja de desear siempre algo nuevo y vivirás en el cielo. “Fuera de la sociedad no hay ningún mérito” (Eihei Shingi).
Los ojos funcionan enteramente como ojos, la nariz como nariz, el oído como oído. Lo que cada uno ha de hacer es cumplir su tarea en la sociedad con toda naturalidad. Encontrarás una auténtica paz de espíritu cuando empieces a preocuparte por lo que debes, luches por tu vida y hagas todo lo posible para no perderte de vista a ti mismo. Sólo hallarás paz en tu espíritu cuando de ese modo tomes las riendas de tu mente en cada uno de tus pasos, de manera que no dejes de estar bien plantado en tierra firme.
La “paz de espíritu” que es sólo “paz de espíritu” es un producto artificial.
Tu mente se precipita en el desasosiego precisamente porque persigues constantemente esta “paz de espíritu”.
Shinran censuraba esta clase de nenbutsu (la práctica de invocar a Amitaba Buda) que pretende obtener una autosatisfacción de la mente por su propio esfuerzo.
La práctica del zen no es ninguna masturbación mental.
Sólo puedes encontrar la auténtica paz de espíritu cuando practicas en medio de tus preocupaciones y de tu desasosiego mental. En la gran paz del espíritu se unen el sosiego y el desasosiego mentales.
Nadie puede regresar a lo que una vez fue. No hay nada que aparezca dos veces de la misma forma. Todo existe una única vez, en este instante. Por eso no tenemos otra salida que marchar simplemente de frente.
La verdadera Vía lleva siempre hacia delante, sin final.
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